Estamos en un continuo estado de tensión, y cualquier estímulo repercute en los músculos, las glándulas, los órganos y la psiquis. Y lo peor, es que tal estado tensional escapa casi siempre a la consciencia. Vivimos con los músculos contraídos, aun cuando no es necesaria ninguna actividad, consumiendo importantes cantidades de energía y dañando órganos y músculos. Aumentamos nuestro estado potencial o real de irritabilidad, de inestabilidad, de fatiga.
Entramos en este círculo vicioso que nos termina pareciendo normal: el estado de tensión psíquica repercute sobre nuestra parte física, y ésta, de rebote, acentúa nuestra tensión psíquica.
Y conviene recordar que ‘la mayor parte de la fatiga que padecemos es de origen mental; en realidad, el agotamiento de origen puramente físico es raro’.