El insulto no deja de ser más que una palabra, cuyo ulterior significado está determinado por la situación, la oportunidad y la relación de fuerzas en que el mismo se enuncia. Así, un agravio, por ejemplo, puede suponer un llamado, un pedido de reconocimiento, una demanda de escucha, una denuncia frente al atropello, una afirmación subjetiva. Se puede entregar el corazón en un insulto... Por Sergio Zabalza de la página http://www.elsigma.com |
De un tiempo a esta parte, en la vida de nuestra polis se ha estigmatizado el uso del insulto. Quien lo pronuncia es pasible de ser considerado un fascista, un inadaptado, alguien que alienta la confrontación o que atenta contra la convivencia democrática. Convendría efectuar algunas puntuaciones respecto a este discurso que –dice- constituirse a partir de renunciar a los agravios, porque, aunque resulte sorprendente, el insulto es un hito irremplazable en la conformación de la subjetividad. Quien dice prescindir de la injuria, con probabilidad esté ejerciendo una fina, solapada, pero brutal forma de violencia. Frente al canalla, el insulto es una convocatoria a la dignidad. En el famoso caso del Hombre de las Ratas, Freud conjetura que el niño, presa del odio a causa de las reprimendas del padre, apeló a las palabras que tenía a su disposición para expresar toda su ira y frustración: “¡eh, tú, cuchillo, servilleta, lámpara!” Entonces, el insulto –tal como lo muestra la anécdota citada- no deja de ser más que una palabra, cuyo ulterior significado está determinado por la situación, la oportunidad y la relación de fuerzas en que el mismo se enuncia. Así, un agravio, por ejemplo, puede suponer un llamado, un pedido de reconocimiento, una demanda de escucha, una denuncia frente al atropello, una afirmación subjetiva. Se puede entregar el corazón en un insulto. Por otra parte, la correlación de fuerzas entre las partes es determinante para juzgar la oportunidad y pertinencia del insulto. No es lo mismo el agravio o la medida lanzada desde una posición de poder que el insulto emanado por parte de quien, circunstancialmente, se encuentra en una posición vulnerable. Porque hay insultos, broncas, expresiones de odio o fastidio, que convocan al Otro: ese ser social que nos habita. Es decir, manifestaciones que -lejos cerrar el sentido sobre una determinada persona- apelan a la sensibilidad de quienes conforman una escena compartida, sea esta una contienda política o una reunión familiar De esta forma, no siempre el insulto supone la crispación de quien lo pronuncia, sino la expresión de uno de los más caros e irreemplazables sentimientos humanos, indispensable para sostener la vida en común, a saber: la indignación. Como bien lo demuestran, por otra parte, quienes en Europa resisten frente a las prácticas atroces de los dueños del poder. Aquellos que trabajamos con el sufrimiento humano, bien sabemos que no es la injuria o el agravio lo que provoca los mayores daños psíquicos sino la indiferencia; y cuanto más velada o disimulada ésta se ejerza, peor serán sus efectos; como bien lo demuestran los casos que a veces nos toca atender. Quitarle entidad a la palabra del Otro, condenar el lenguaje a la vacuidad, es la maniobra princeps del canalla. |
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