octubre 28, 2011

Se puede entregar el corazón en un insulto




El insulto no deja de ser más que una palabra, cuyo ulterior significado está determinado por la situación, la oportunidad y la relación de fuerzas en que el mismo se enuncia. Así, un agravio, por ejemplo, puede suponer un llamado, un pedido de reconocimiento, una demanda de escucha, una denuncia frente al atropello, una afirmación subjetiva. Se puede entregar el corazón en un insulto...

Por Sergio Zabalza de la página http://www.elsigma.com

De un tiempo a esta parte, en la vida de nuestra polis se ha estigmatizado el uso del insulto. Quien lo pronuncia es pasible de ser considerado un fascista, un inadaptado, alguien que alienta la confrontación o que atenta contra la convivencia democrática.

Convendría efectuar algunas puntuaciones respecto a este discurso que –dice- constituirse a partir de renunciar a los agravios, porque, aunque resulte sorprendente, el insulto es un hito irremplazable en la conformación de la subjetividad. Quien dice prescindir de la injuria, con probabilidad esté ejerciendo una fina, solapada, pero brutal forma de violencia. Frente al canalla, el insulto es una convocatoria a la dignidad.

En el famoso caso del Hombre de las Ratas, Freud conjetura que el niño, presa del odio a causa de las reprimendas del padre, apeló a las palabras que tenía a su disposición para expresar toda su ira y frustración: “¡eh, tú, cuchillo, servilleta, lámpara!”

Entonces, el insulto –tal como lo muestra la anécdota citada- no deja de ser más que una palabra, cuyo ulterior significado está determinado por la situación, la oportunidad y la relación de fuerzas en que el mismo se enuncia.

Así, un agravio, por ejemplo, puede suponer un llamado, un pedido de reconocimiento, una demanda de escucha, una denuncia frente al atropello, una afirmación subjetiva. Se puede entregar el corazón en un insulto.

Por otra parte, la correlación de fuerzas entre las partes es determinante para juzgar la oportunidad y pertinencia del insulto. No es lo mismo el agravio o la medida lanzada desde una posición de poder que el insulto emanado por parte de quien, circunstancialmente, se encuentra en una posición vulnerable. Porque hay insultos, broncas, expresiones de odio o fastidio, que convocan al Otro: ese ser social que nos habita. Es decir, manifestaciones que -lejos cerrar el sentido sobre una determinada persona- apelan a la sensibilidad de quienes conforman una escena compartida, sea esta una contienda política o una reunión familiar

De esta forma, no siempre el insulto supone la crispación de quien lo pronuncia, sino la expresión de uno de los más caros e irreemplazables sentimientos humanos, indispensable para sostener la vida en común, a saber: la indignación. Como bien lo demuestran, por otra parte, quienes en Europa resisten frente a las prácticas atroces de los dueños del poder.

Aquellos que trabajamos con el sufrimiento humano, bien sabemos que no es la injuria o el agravio lo que provoca los mayores daños psíquicos sino la indiferencia; y cuanto más velada o disimulada ésta se ejerza, peor serán sus efectos; como bien lo demuestran los casos que a veces nos toca atender. Quitarle entidad a la palabra del Otro, condenar el lenguaje a la vacuidad, es la maniobra princeps del canalla.   



octubre 19, 2011

En el mundo del trabajo los elementos emocionales juegan un papel crucial


LAS EMOCIONES Y EL TRABAJO EN EQUIPO

Se reunió a un grupo de voluntarios, estudiantes de la Facultad, para representar el papel de gerentes que asignaran bonificaciones. Cada voluntario tenía dos objetivos: obtener para su candidato la mayor suma posible y ayudar, como grupo, a dar el mejor uso posible a los fondos para la compañía en su totalidad.  

Lo que ignoraban era que, entre ellos, se había plantado a un actor preparado. Este gerente siempre hablaba primero, presentando los mismos argumentos. Pero lo hacía en una de cuatro claves emocionales: con entusiasmo efervescente, con una calidez relajada y serena, con deprimida torpeza, o con una irritabilidad desagradable y hostil. Su verdadero papel era contagiar al grupo uno u otro de esos estados emocionales, como si diseminara un virus entre desprevenidas víctimas.  

Por cierto, las emociones se contagiaban como un virus. Cuando el actor argumentaba con entusiasmo o calidez, esos sentimientos se extendían por el grupo, provocando en la gente una actitud más positiva según avanzaba la reunión. Cuando estaba irritable, la gente se sentía malhumorada. La depresión, por el contrario, se difundía poco, tal vez porque se manifiesta en una actitud social retraída, con escaso contacto visual, por lo que se amplifica poco.  

Los buenos sentimientos se extienden con más potencia que los malos; los efectos eran muy saludables, pues fomentaban la cooperación, la justicia y un buen desempeño grupal. La mejoría no era sólo una calidez provocada por los buenos sentimientos: las mediciones objetivas demostraban que los grupos eran más efectivos en este caso, más capaces de distribuir el dinero de las bonificaciones de manera justa y beneficiosa para la empresa.

En el mundo del trabajo, cualquiera sea el asunto que tengamos entre manos, los elementos emocionales juegan un papel crucial. La aptitud emocional requiere que seamos capaces de cruzar las corrientes que siempre están en operación, en vez de dejarse hundir por ellas.
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En un clásico estudio de CI (Cociente Intelectual) grupal, realizado en la Universidad de Yale por Wendy Williams y Robert Sternberg, las habilidades interpersonales y la compatibilidad del grupo surgieron como elemento clave de su desempeño (resultado que apareció una y otra vez). Williams y Sternberg descubrieron que los socialmente ineptos, al no saber sintonizarlos sentimientos de los demás, eran un peso muerto para el esfuerzo general, sobre todo si carecían de habilidad para resolver diferencias o comunicarse efectivamente. Para alcanzar un buen desempeño era esencial contar en el grupo con un miembro, cuanto menos, dotado de alto CI; pero con eso no bastaba. Otro riesgo posible era ‘el mandón’: un miembro demasiado dominante como para permitir que los otros contribuyeran plenamente.  

Robert Kelley, de Carnegie-Mellon University, lleva muchos años preguntando lo mismo a trabajadores de una amplia variedad de empresas: ‘¿Qué porcentaje del conocimiento que usted necesita para hacer su trabajo está almacenado en su propia mente?’  

En 1986, la respuesta era, típicamente, alrededor del 75%. Pero hacia 1997 el porcentaje se redujo hasta llegar a un 15 o 20%. Esto, sin duda, refleja el explosivo crecimiento de la información. Se dice que el siglo XX ha generado más conocimiento que toda la historia anterior, y el ritmo de crecimiento continúa acelerándose.  

Las implicancias de esta realidad respecto a las habilidades sociales y la Inteligencia Emocional son enormes.

Por: Abel Cortese